Réquiem por una marioneta es un grito en la cara a un hombre que no supo querer. Un grito desesperado para una sociedad que dice estar involucrada en la violencia de género para limpiar esta lacra que a diario nos sacude en los medios de comunicación, pero que permanece con los ojos cerrados mientras muchas mujeres sufren en la soledad de su dolor y escudadas en su miedo, o yacen bajo tierra.
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No soporto más este vaivén de pensamientos. Deseo volver a casa, pero me guardo las ganas y me obligo a caminar. El silencio que me acompaña me atormenta. No entiendo por qué en lugar de sentirme bien tras la estupenda noche con David, estoy temblando de miedo. El miedo me frena y llena de recuerdos dolorosos mi cabeza. ¿Por qué no puedo olvidarme de mi vida en el infierno? Quizás porque ha pasado poco tiempo y no he asimilado aún todo lo que viví junto a Marcelo. Todavía quedan restos de agua de aquellas lagunas que se formaron en mi memoria durante dos largos años. Intento no pensar en ello, pero resulta duro comprobar lo terrible que fue sentirme completamente anulada, sin identidad, viviendo con terror las veinticuatro horas del día. Miedo a que sonara el teléfono, miedo a hablar, miedo a ponerme unos vaqueros ajustados o una camiseta apretada; miedo incluso a ver a mi familia. Miedo a pensar y a escribir, pues hasta este derecho, de manera cruel y cameladora, me negaron. Una persona puede devorar el alma de otra sin prejuicios ante su falta de seguridad. Su falta de amor hacia sí misma, que le provoca una obsesión tremenda a su vez hacia la persona que tiene a su lado, hasta el punto de convencerla de que mira a través de sus ojos, habla con su boca, viste con su piel, camina con sus ideas y piensa con su retorcido cerebro. Marcelo era una de esas bestias que disfrutaba con el dolor ajeno y con el suyo propio, que se deleitaba relatando sucesos terribles acontecidos en su vida y se recreaba en el recuerdo de un dolor obsesivo que me fue transmitiendo hasta destrozar mi cuerpo.
Muchas mujeres (y hombres) permanecen calladas porque tienen miedo o vergüenza. Aquellos que se obsesionan con una persona, nunca se olvidarán de perseguirla, atormentarla, destrozar sus sueños, pisotear sus huellas, machacar su reputación… jugar con su vida. Muchos lo harán desde la distancia porque son cobardes que beben del corazón de quienes dicen «amar». Otros se atreven a traspasar la frontera de la humanidad para convertirse en demonios y arrebatar vidas.
Con este libro pretendo gritar y animar a quienes sufren de violencia de género a que salgan de ese escondite que le han construido y alcen sus alas para volar, para vivir, para sacar a la luz a esos personajes que se esconden bajo la fachada de un ser humano que no se ama a sí mismo y que por ello, busca y destroza los corazones de quienes han intentado descubrirles el amor, el amor de verdad, el que respeta, el que comprende, el que no juzga ni ordena.
Desnuda, con la cara desdibujada y el cuerpo marcado por las quemaduras que me ha provocado el agua hirviente de la ducha, bailo al son que me marca aquel monstruo que parece sentir placer con el dolor que me provoca.
—¡Bravo, mi muñeca!, has estado encantadora. Lástima que no te haya dado tiempo a vestirte. Veo que aún sigues manteniendo tu figura. Siempre tan altiva y delgada, solo que ahora estás un poco más estropeada, tienes la cara marcada por el miedo. —Lanza una carcajada que me eriza la piel—. ¿O es que tienes frío?
Sigo sin poder articular palabra, pero de nuevo se reactiva mi mente y sí, siento frío, siento miedo, terror, ganas de morirme de una maldita vez y acabar con la tortura a la que estoy siendo sometida una vez más.
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