«EL OFICIO DE ESCRIBIR»

«OFICIO DE ESCRIBIR»

Cómo escribir y no morir en el intento. Esta frase redicha para tantos supuestos, me ha venido en mente al pensar en la dificultad que tiene quien se dedica a este oficio sin beneficio directo de la escritura por el motivo que sea, que por otro lado es una catarsis o pretende serlo, una limpieza, un aligerar el alma de tanto peso que se va cargando aún sin querer darnos cuenta a lo largo de la vida, nuestra vida.
Sabemos que escribir es crear una realidad alternativa o intentarlo desde el ansia incontenible de desprendimiento de lo propio. Necesidad imperiosa por descomponernos y compensarnos a fuerza de fabular a veces creando embustes o manipulaciones, pretextos de una supuesta verdad propia que no nos convence, o que sí, quién lo sabe. Fabular es dejarse ir en un delirante descubrimiento que nos fascina y desde donde queremos magnetizar a un posible lector. Mentimos o decimos verdades sobre nuestras vidas o la visión que quisiéramos tuvieran esas vidas y los pensamientos que pudieran desarrollarse en ellas. Para ello tenemos que usar la experiencia que creemos tener, las actitudes que sentimos poseer para tergiversar o no la realidad y crear contextos alternativos en un acto de desesperación a veces, de metamorfosis, o de imperiosa necesidad de escupir, en escabroso ejercicio, angustias y desaciertos de los sentimientos que por dentro nos arañan o nos hacen sufrir. Todo esto intentando no caer en el sentimentalismo ni en los decoros absurdos y engañosos. Escribir sin piedad ni compasión latiendo en lo escrito, vibrando en lo crudo del laberinto personal sin disimulo: ser sinceros, evitar cualquier demostración banal del ego. Qué difícil por no decir imposible se hace esto último.

Ya estamos escribiendo, ya estamos ante los escrito, y lo revisamos sabiendo que no llegaremos a un punto final. Nada se cierra, todo queda abierto y es modificable siempre porque a cada instante, aún siendo los mismos, somos otros. Nunca llega el momento de detenernos porque vamos cambiando en constante camino de edad, conocimiento, estilo, y riesgo…
Escribir y escribir, revisar, revisar, corregir, y, a medida que lo vamos haciendo, más preguntas surgen, más cuestionamientos se nos plantean, más ganas de desertar –tachar, romper eliminar-, y a la vez de continuar en esa lucha ciega por permanecer o acabar.

Se gana seguridad, pero dentro de la imborrable inseguridad que nos asiste siempre, estamos cada vez más convencidos de nuestra incertidumbre, y los retos en cambio son cada vez mayores convirtiéndonos en prisioneros de nosotros mismos: no queremos escribir algo que nos disminuya o minimice. ¿Le falta humildad, carece de sencillez el escritor? No exactamente: vive dentro de una inmensa marea que lo arrastra e impulsa irreprimiblemente, desde donde intenta descubrir complejos procesos morales a los que dar una y otra vez respuesta. De ahí esa bravura u osadía que puede cuestionar su naturalidad.

Cuando comenzamos a escribir a veces sabemos a dónde pretendemos llegar; otras, no: escribimos compulsivamente y la escritura se desarrolla de una manera aparentemente improvisada. Mientras avanzamos, todo va cambiando. Hasta esa idea primigenia. Disfrutamos poniendo el dedo en la herida, hurgando siempre en aquello que nos duele y nos enajena sea personal, social o de índole político. Somos observadores perspicaces o lo pretendemos. Sensibles y curiosos de lo cotidiano, intentamos analizar lo complejo del comportamiento humano por unas vías o por otras con acierto o sin él.

Introspección y ambigüedad son nuestras compañías: nadie está en posesión de la verdad que quizás sea solamente una palabra para defendernos de la mentira. Cómo hacer un juicio moral y qué es lo moral, ¿aquello que se establece como tal? En tal caso Lo estructuramos desde nuestra percepción e intentamos añadirlo al debate general. No podremos nunca explicar por mucho empeño que le pongamos, la clave para lograr una sociedad feliz, porque sabemos que es imposible que exista. ¿Para qué escribimos entonces? ¿Qué nos arrastra a ello? ¿Proyectamos al menos hallar una armonía, una compensación al pensamiento que nos aflige, al sentido de nuestras vidas? Quizás lo más preciado sea el gesto de honestidad. Escribir desde esa mira. Cuando lo hacemos desde el alma, vamos y venimos desde lugares de interrogación y dolor, desde la interpelación constante, desde el dilema de vivir intentando hallar tranquilidad para nuestros ánimos. Escribir desde la convicción, desde la sinceridad traspasando ambigüedades e intentando librarnos de las modas al uso, de las críticas y porfías, de la capacidad o incapacidad de ser publicados, o permanecer inéditos…

De todas formas, se necesita coraje para “exponerte” ante los otros sin pretender –qué difícil!- influir ni cambiar nada. Sólo dejarlo al azar. Por si a alguien le interesa, es receptivo, y atrapa algo.

Teo Revilla Bravo.

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